domingo, 3 de agosto de 2014

Che Guevara en Sierra Maestra Valle de la Mesa Maria Mercedes Sánchez Dotres Carmencita Ramiro Valdes El Cubano Libre mimeografo Pablo Neruda



EL  VALLE  DE  LA  MESA  por  María Mercedes Sánchez Dotres. (Carmencita).
La Habana, junio de 1997.                     
 A los pocos días salí para el campamento de La Mesa. El Che me mandó a buscar con un hombre bajito, que se nombraba Mendoza; y al que, además, le servía la capa de agua que yo traía. Como en las montañas de la Sierra Maestra llueve casi todo el tiempo: en las tarde, y en las noches, tan pronto como Mendoza descubrió mi capa de agua trató de que yo se la diera. Alegó que aquella capa resultaba excelente para hacer las guardias.
 foto - de rodillas la autora Mercedes Sanchez Dotres.
El que Mendoza me pidiera la capa, me molestó; y como no se la dí, cuando el Che preguntó qué cuánto yo había tardado en llegar del campamento de la 34 a El Hombrito, Mendoza le dijo que doce horas.
Me quedé consternada, de que Mendoza fuera capaz de multiplicar las horas de camino por dos, pero no fue sólo eso, sino que también, de inmediato, sentí que de todas mis pertenencias, era esa capa de agua, con la que yo subía a la Sierra, la que empezaba a ser deseada, como en secreto, por todos los hombres de pequeña y mediana estatura que estaban en la guerrilla. Observaban mi capa de manera codiciosa, y comprendí que aquel era un asunto perdido.
Che, como si no se diera cuenta, resolvió este asunto con una sola frase:
-Es que vos no haces guardia.
Desde entonces la capa pasó a ser utilizada por los hombres que tenían que permanecer de guardia, casi siempre bajo la lluvia.
En aquel primer día, con Mendoza, sólo llegué al campamento de El Hombrito. Fueron  realmente  unas  seis  horas  lo  que demoré  en  llegar,  por  esos  trillos  y  atajos y desrriscos de la montaña. Faltaba todavía un buen tramo para que pudiera llegar a La Pata de La Mesa, donde estaba la Comandancia del Che.
En El Hombrito se encontraba por entonces el campamento del capitán Camilo Cienfuegos. El campamento estaba en la cima de la loma. El Hombrito fue el sitio del primer campamento del Che en esta zona, pero ahora El Hombrito venía a ser como un puesto de avanzada de la Columna No. 4, ocupado por el pelotón de Camilo Cienfuegos.
Esa noche dormí en el campamento de Camilo. En El Hombrito había una sola casa, donde todo el pelotón colgaba sus hamacas, a excepción de los guerrilleros que estaban de guardia.
foto - en el extremo izquierdo la autora Mercedes Sanchez Dotres
La cocina del campamento se encontraba al aire libre, no lejos de la casa; aunque lo que por esos días se comía en el pelotón de Camilo eran alimentos en latas que llegaban a la Sierra desde el llano, a través de las redes clandestinas de abastecimientos.
Che era muy previsor, y en el campamento de La Mesa había organizado un grupo de instalaciones que eran de suma utilidad para la guerrilla. En general, su Columna, en diciembre de 1957, estaba organizada de la siguiente manera:   En las estribaciones de la Sierra, en la zona de San Pablo del Yao, la escuadra del teniente Alcibeades Bermúdez, con una tropita siempre en movimiento. En Pico Verde, entre El Hombrito y La Mesa, el grupo guerrillero de Ramonín. En El Hombrito el pelotón de Camilo Cienfuegos. Este era el pelotón de la vanguardia; y ya dentro del valle, dislocados, en distintos grupos, el resto de la tropa.
Allí, en el valle, se encontraba también la Comandancia, integrada por una decena de guerrilleros, donde estaba el Che. Estaba además el hospital, protegido por una escuadra rebelde, al mando de Idelfonso Figueredo ("el chino" Figueredo); y la zapatería, donde se hacían los zapatos y las botas para los combatientes, y algunos otros objetos de cuero, útiles para la guerra. Esta escuadra de zapateros, cuando se daba el caso, también solía pelear.



Estaba además la casa de Polo Torres, el dueño de la finca La Mesa. La función de Polo Torres era atender los sembrados y el cuidado de los animales, con los que se abastecía la tropa. En la casa de Polo y Juanita también se atendía a Fidel, cada vez que el Jefe de la Revolución, por algún imperativo de la guerra, tenía que llegar o pasar por aquel lugar. Allí también se atendían a otros muchos compañeros cuando visitaban el campamento del Che.
Lo cierto es que cuando el Che descubrió aquel valle de La Mesa, hacia ya mucho tiempo que allí se encontraba el campesino Polo Torres.

foto de la autora en su juventud
Polo tenía su finca totalmente cultivada; tanto que, era capaz de sostener y alimentar a toda una guerrilla. Se dice, y es cierto, que cuando el Che se encontró por primera vez con el capitán descalzo, que así le decían a Polo en la guerrilla, ya este campesino hacía varios años que había ocupado aquel lugar. Se dice también que, en aquella primera conversación, Polo le dijo al Che que hacía diez años que lo estaba esperando, y que por eso tenía todas esas caballerías sembradas, en su espera, para alimentar a su tropa.
La finca de Polo se encontraba sembrada con plátanos, malangas, yucas, boniatos y café, y poseía colmenas, y un poco de caña, y muchos animales de carne y leche, ovejos y aves de corral. En diez años, Polo nunca sacó del valle de La Mesa un quintal de viandas, para venderlo en los pueblos o ciudades cercanas.
La otra instalación, la armería, nadie sabía realmente en que sitio del valle se encontraba, excepto el Che. La armería contaba con dos guerrilleros armeros, y la esposa de uno de ellos.
La casa de Tranquilino, donde vivía Luis Orlando Rodriguez, quien era director de uno de los periódicos más importantes de Cuba. Luis Orlando hacía algún tiempo que se encontraba alzado. Estaba además el pelotón de la retaguardia, que nunca se sabía ciertamente dónde se encontraba situado, por lo menos yo nunca lo supe. Pienso que se trataba de una fuerza móvil, y tengo la impresión de que lo dirigía Ramiro Valdes, quien era el segundo jefe de la Columna.

Ramiro Valdés era un asaltante del Cuartel Moncada que había venido en el yate Granma con Fidel. Fue uno de los hombres que sobrevivieron a la derrota de Alegría de Pío, y uno de los doce que se agrupó de nuevo con el Jefe de la Revolución Cubana.
Ramiro era delgado, muy ágil. Hombre tenido por todos como un combatiente en extremo valeroso. Era poseedor de un gran valor personal y al mismo tiempo solía dar la apariencia de ser muy apacible. Ramiro, inteligente, muy estudioso. Por esos días, en la Sierra, aprendía por su cuenta el francés, con la ayuda de un diccionario; y siempre andaba y tenía muy buena presencia. 


foto -  Mercedes Sanchez Dotres
        la autora de la crónica
Recuerdo que años después, cuando vi la fotografía de Felix Edmundovich Derchinski, enseguia me vino a la memoria la estampa de Ramiro.
En la tropa se decía (se rumoraba) que aquel pelotón de la retaguardia, con Ramiro, en ocasiones se movía hacia donde se encontraba la Comandancia General del Ejército Rebelde, la Columna No. 1, bajo las órdenes directas de Fidel.
El valle de La Mesa (donde se encontraba el campamento del Che) era y es uno de los sitios más hermosos del mundo. Aquel valle intramontano, de difícil acceso, atravesado por el río La Mesa. Río de aguas limpias y claras, del que se puede beber sin miedo a sufrir ninguna enfermedad. Este valle está dominado por un microclima muy especial, dada su misma altura, y las características de su posición geográfica, en lo más intrincado de la cadena de montañas de la Sierra Maestra. En el valle, en general, de día había una temperatura entre los 14 y 17 grados; y por las noches, el clima se comporta entre los 8 y los 12 grados.
La Mesa estaba siempre llena de verdores; y cuando el sol se hace notar, aparece alto y brillante, como una luz que alumbra, pero no calienta. De tan intrincado que es este lugar, hasta hoy se mantiene como uno de los pocos territorios de Cuba que no posee ni caminos de accesos para los equipos motorizados, a pesar de la técnica moderna. Ni siquiera los helicópteros pueden aterrizar en La Mesa. La vegetación dominante en el valle lo impide. No podrían hacerlo ni en las márgenes del río, ya que las márgenes de este río están llenas de grandes piedras, independientes unas de otras; y cuando uno desea o necesita cruzar el río, hay que subir y bajar por estas piedras, hasta de tres o cuatro metros de alto.
El valle escogido por el Che era (y es) un lugar verdaderamente inaccesible, al que sólo se puede llegar a pie, o en mulos, o sobre caballos que sean muy diestros, pues para entrar en aquel paraje hay que deslizarse por las laderas de las montañas, o internándose por el centro del río. En este valle de La Mesa, el campamento del Che nunca pudo ser ni tomado ni atacado por fuerzas enemigas. Este pequeño y hermoso valle intramontano, nunca pudo ser asediado por las tropas de la tiranía, además de que, cuando Che decide instalarse allí, la guerrilla ya podía defenderse y hacer de aquel campamento un sitio inexpugnable.
Este fue el valle escogido por el Che para establecer su Comandancia. Antes, cuando su campamento se encontraba en El Hombrito, Che llegó a construir allí hasta una panadería. Ordenó incluso colocar una enorme asta y alzó una gigantesca bandera del Movimiento 26 de Julio, para que desde todos los sitios cercanos de la Sierra, incluso desde las zonas del llano, el ejército supiera el lugar de su permanencia, y se sintiera incitado, retado, para venir a atacarlo, a combatirlo.
Es decir que, después, cuando el Che selecciona el valle de La Mesa para establecer su campamento, no lo hace con el objetivo de que el enemigo desconociera en qué lugar de aquel territorio se encontraban sus tropas, sino para incitarlo a que saliera en su busca, y sufriera, antes de chocar con las tropas rebeldes, todos los rigores que imponían aquellas agrestes y peligrosas montañas.
En el análisis histórico, no hay que despreciar las operaciones de guerra que realizó por entonces el ejército de la dictadura, con el apoyo logístico de Estados Unidos. En muchas ocasiones fueron a la búsqueda del Che; aunque su principal arma, la más peligrosa, la más insistente, la más destructiva y temible, fueron los constantes bombardeos y ametrallamientos de la aviación. Las ondas expansivas de las bombas que los combatientes rebeldes tuvimos que soportar, en nuestras zonas de operaciones, además del peligro de muerte, afectó la salud de muchos de nosotros.
Los abastecimientos que llegaban al valle de La Mesa eran traídos desde los alrededores de Bayamo, por tropas especiales dirigidas por sabios y expertos guerrilleros, que no eran más que campesinos de la zona, hábiles y diestros en burlar cuarteles, cercos y puntos de control del enemigo. Hombres que estaban acompañados de un inmenso valor personal.
La logística de la tropa del Che tenía como función garantizar comida, sal, azúcar, tabacos y cigarros, pilas para radios, papel para el periódico, instrumentos de carpintería, zapatería, labranza; ropa y botas para la tropa, frazadas y abrigos (estas redes de abastecimientos estaban dirigidas por un hombre al que todos conocían como "El Rey del Condumio", y cuyo nombre es realmente Aristides Guerra); pero el más importante de todos los abastecimientos, era lo que suministraban las redes de información. En cada momento, saber dónde y cómo se encontraban las tropas de la tiranía. El nombre y las características de sus principales jefes, y el estado moral de esas tropas. Saber si el enemigo se dedicaba a beber y a jugar gallos; y qué familias de los pobladitos que rodeaban nuestros territorios hacían amistad con la tropa batistiana.
Estas familias que hacían amistad con el ejército estaban divididas en dos bandos. Los que deseaban la amistad de la tropa enemiga, y las que iban en busca de información sobre las tropas batistianas.
Desde luego, el Che fue siempre un jefe valiente, inteligente, organizado. En todo momento trató de enfrentarse en el plano militar con el ejército de la dictadura. Para ello elaboró toda una estrategía. Su libro ­La guerra de guerrillas­ refleja esa estrategia. Esta experiencia y estos conocimientos fueron obtenidos por el Che en los largos meses que permaneció al lado de Fidel.
Luego el Che organizó la tropa que Fidel le asignó, siguiendo el patrón de la Columna No. 1; y, como era lógico, introdujo algunas modificaciones, de acuerdo al territorio en el que tenía que operar, y al enemigo que debía enfrentarse. Las armas, como todos sabemos, siguiendo las enseñanzas de Fidel, había que arrebatárselas al enemigo en combate. Aunque de vez en vez llegaba alguna ayuda del movimiento clandestino 26 de Julio.
La fuerza combativa de la tropa del Che, estaba dada por la misma capacidad de enfrentamiento al enemigo. Hay que señalar que todos los hombres que acompañaban al Che, absolutamente todos, eran seres en extremo aguerridos.
En los largos meses de lucha, el mismo entendimiento le hizo comprender al Che, que no se trataba de una lucha solamente en el plano militar; sino que se trataba de una lucha ideológica. Es por ello que, orientado por Fidel, desarrolla un gran esfuerzo para la obtención de una planta eléctrica, con la idea de instalar una Estación de radio. También hizo traer un mimeógrafo, donde se tiraba el periódico. Esfuerzos enormes para contar con medios de comunicación con el pueblo cubano, para que, a través de todos estos medios, se pudiera conocer no sólo la presencia de Fidel en la Sierra, sino su programa revolucionario.
Para entender esta época, es imprecindible remitirse al libro ­La historia me absolvera­, libro que escribió Fidel, y que contiene un importante y rico programa social que la Revolución triunfante ha cumplido ampliamente.
Pasado un tiempo, Che me dio también la tarea de ir para la casa donde se imprimía el periódico "El Cubano Libre". El Che solía visitar a menudo esta casa, de día o de noche. Allí se editaba el periódico, y esta casa comenzó a llamarse la casa de "El Cubano Libre". La casa del periódico estaba atendida por dos estudiantes universitarios, y dos mujeres, una de las cuales era yo, la maestra.
Se trataba de una casa de madera y techo de zinc (la mejor vivienda que existía en todo el valle de La Mesa), que tenía un portal, y una habitación grande, una especie de sala grande, con el piso de madera; toda ella de madera; y montada sobre tocones, a la orilla del río, casi a la salida del campamento.
La cocina se encontraba detrás de la casa. Estaba en un rancho con piso de tierra, que poseía un fogón grande. Era un rancho sin paredes. Lo que se dice un techo de guano sostenido por cuatro horcones; pero con una buena cobija, y detrás del rancho que hacía de cocina había un arroyo, que nos abastecía de agua.
La casa había sido abandonada antes de ser ocupada por nosotros. Estaba en las cercanías de la finca de Polo Torres, y seguramente su dueño decidió alejarse de aquel lugar cuando toda aquella zona se convirtió en campamento guerrillero. En esta casa viviamos Geonel Rodríguez y Ricardo Medina, dos jóvenes estudiantes universitarios que hacían algunos meses se encontraban alzados. Geonel era de ideas muy avanzadas. Había leído mucho y pertenecía a la Juventud Socialista; y estaba también Miriam, una muchacha que llegó a la Sierra para quedarse y formar parte del grupo que por entonces confeccionaba y tiraba el periódico "El Cubano Libre".
El Che, que siempre ponía sumo cuidado en todo, mantenía una especial atención y dedicación hacia "El Cubano Libre". Costaba mucho esfuerzo y era muy riegoso subir a la Sierra todo lo que la guerrilla necesitaba; y esto era válido también para los recursos con los que se debía tirar este periódico. A lomo de mulo hubo que subir a la Sierra un mimeógrafo y una máquina de escribir, y sobre todo la constante demanda de papel. El Che apreciaba tanto el papel con el que se confeccionaba "El Cubano Libre", y el sacrificio que costaba subir este papel hasta la zona montañosa de La Mesa que, un día, cuando fue hacia el sitio que utilizábamos como baño, cruzando el río, entre unos matorrales; y se dio cuenta que alguien había utilizado los papeles del periódico para necesidades propias, montó en cólera.
Ese día se puso muy molesto, y pensó que éramos nosotras, las mujeres, las que habíamos utilizado aquel papel, y trató de averiguar, de que le dijeramos quién era el que había utilizado aquel papel. Lo cierto es que nunca se supo quién fue el culpable. Luego el Che trató aquel asunto con mucha delicadeza, y nos hizo saber lo complicado que resultaba para la clandestinidad garantizar los envíos de papel desde el llano, y el esfuerzo tan enorme que tenía que hacer la red de suministros de la Columna para llevarlo hasta La Mesa. Que yo sepa nunca nadie más utilizó de aquel papel para ir al baño.
Lo normal era que el Che llegara a la casa de "El Cubano Libre" dos veces por semana. Llegaba al mediodía, y no se iba hasta el otro día después del almuerzo. Durante la semana Che enviaba los trabajos para publicar, me imagino que revisados y en muchas ocasiones redactados por el propio Fidel.
Era lógico, por que Che era el segundo comandante de la Sierra, y todo lo consultaba con Fidel. Él venía, y le agradaba ver como Gionel picaba y preparaba los stensils para la impresión. El Che era una persona muy meticulosa para cualquier trabajo. Era algo que siempre demostraba a cada momento. Revisaba cada stensil. Lo medía. Lo calculaba. Lo revisaba, y después se quedaba en la casa del periódico hasta el otro día por la mañana, por que como en aquella casa no había luz de noche, era por la mañana cuando se comenzaba a imprimir el periódico; y hasta que no estaba listo y tirado el primer número, y Él lo leía, no se marchaba.
El Che era quien tenía la responsabilidad del contenido del periódico, por lo menos eso me parecía a mí. Gionel y Ricardo lo hacían; y Miriam y yo lo doblábamos, lo acomodábamos, lo presillábamos, lo contábamos y lo apilábamos, cosa que hacía fundamentalmente Miriam.
Miriam era una muchacha oriental, de la zona de Victoria de Las Tunas, que llegó a la Sierra con la difunta Oniria Gutiérrez, fundadora también de la Columna No. 1 y del III Frente Oriental "Mario Muñoz Monroy". Ellas vinieron hasta la Sierra Maestra (según me dijeron) acompañando al doctor Armando Hart y a Felipe Pazos; pero cuando ellos iban a salir de nuevo hacia el llano, Oniria se las arregló para quedarse ingresada en la tropa rebelde. Hay que decir que en aquel momento habíamos cuatro mujeres incorporadas a la guerrilla del Che, sino contamos a Juanita. Creo que yo hice la sexta mujer que ingresó en la tropa rebelde, en la Sierra Maestra.
Luego conocí a "Teté" Puebla (que ya estaba alzada hacía varios meses) cuando la tropa de Fidel llegó de visita al campamento de La Mesa. "Teté" era una muchacha muy linda, con una forma de hablar muy peculiar, que me recordaba a mis tías, allá en la finca "Dos Ríos". "Teté" poseía un pelo muy negro, muy brillante, y era muy pulcra, y andaba siempre con un revólver a la cintura. Le pregunté que edad tenía, y me dijo que 17 años, y que era de Media Luna, allá en la comarca de Manzanillo; y calculé que era la segunda o tercera mujer que había ingresado permanentemente en la tropa rebelde. Ella ha sido, entre nosotras, la única mujer que ha alcanzado los grados de general; y por su valor, en medio de la Gran Ofensiva, a nombre del Ejército Rebelde, fue ella la designada para parlamentar una tregua o la rendición de una tropa del ejército de Batista que se encontraba cercada. Esto, sin dudas, desmoralizó al enemigo.
Che solía hablar mucho con Gionel y Ricardo, mientras Miriam y yo escuchábamos. Hablaban de la guerra, de historia, de política, de economía, de temas culturales...; y como era tan exigente, también solía pedirle cuenta a los muchachos por el buen estado del mimeógrafo, de la máquina de escribir, y del buen cuidado que debían observar con los libros que Él tenía depositados en la casa, sobre todo aquellos dos apreciados tomos de ­El capital­, de Carlos Marx.
En una ocasión, como Gionel ni Ricardo nunca me habían explicado nada sobre Carlos Marx, le dije:
-Che ¿quién es ese tal Carlos Marx?
Le brillaron los ojos, y sonrió, muy pícaro, y dijo:
-Se trata de un amigo mío.
Sentí que en sus palabras había algo de broma, quizá con un tono cargadito de burla, y me ofendí. Decidí no abrir nunca aquellos grandes tomos empastados en carátulas oscuras, y no enterarme de lo que pudiera decir aquel amigo del Che.
Pero eso no se iba a quedar así: en una de esas ocasiones en que el Che vino hasta la casa del periódico, un poco para molestarlo, agarré aquellos dos gruesos libros del amigo del Che, los coloqué uno encima del otro, y me senté encima de ellos.
Se puso muy bravo, nunca lo había visto tan bravo, ni cuando los papeles del periódico.
En la casita del periódico, el Che solía hablar con cada uno de nosotros. En lo relativo a mi persona, se interesaba por saber cuál de los alumnos que me había asignado hacía más resistencia para aprender a leer y a escribir; y que si los muchachos me molestaban mucho pidiéndome que les hiciera cartas para algún familiar o para algún amigo.
De mi parte, me quejaba mucho con la actitud de Rodolfo Vázquez, quien no hacía ningún esfuerzo por aprender a leer ni a escribir; y también de Juanita, la mujer de Polo Torres, que no dejaba que Polo aprendiera. De Joel, le dije que era un muchacho que sabía mucha historia de Cuba. Era Emiliano Reyes (quien después murió peleando) el que le enseñaba a Joel las matemáticas; y que yo a Joel, le repasaba la lectura, y que Joel leía muy despacito pero muy bien. Que Cristino Naranjo era un buen alumno, y que los niños campesinos se ponían muy contentos cada vez que venían hasta el campamento para dar clases. Que en cuanto a las cartas que los combatientes me pedían que les hiciera, todas eran cartas de amor, dirigidas a sus novias, en los pueblos cercanos; y que estos muchachos también solían enviar recados verbales a la tropa de Fidel. Esto lo hacían con El Rápido.
Los Rápidos eran hombres que se les llamaban así, por que eran capaces de correr, sin detenerse un instante, desde La Plata al valle de La Mesa, en unas pocas horas. Este era el sistema de comunicaciones establecidos entre las tropas de Fidel y el Che. Casi nadie conocía el nombre de estos guerrilleros, por lo que todos los llamaban genericamente El Rápido.
Por lo general, Los Rápidos eran hombres analfabetos. Llevaban los recados verbales, y solamente por escrito las comunicaciones entre Fidel y el Che. Al parecer, la orden era de que, en caso de peligro de caer en manos del enemigo, se comieran el mensaje cuyo contenido ellos desconocían, por no saber leer.
Cada vez que el Che venía hasta la casa del periódico, nunca traía su hamaca. Llegaba con su pistola y su carabina, y su viejo uniforme; venía siempre solo, con su aparatico del asma y su bombilla de mate, y los versos de Neruda, con los cuales solía cerrar siempre la tertulia de la noche.
Miriam y yo le prestábamos nuestra cama. Esa noche, ella y yo dormíamos en nuestras hamacas. Recuerdo que Miriam siempre quería recitar ­los zapaticos de rosa­. Miriam era una muchacha muy sensible, muy espiritual, y cantaba muy bonito, En realidad, en aquella casa, iluminados por la luz de un candil, los que nos reuníamos éramos simplemente tres jóvenes y dos muchachas (esa es la sensación que tengo ahora); y asistir a esas tertulias, con el Che tomando mate, y nosotros café serrano, resultaba encantador, por el hecho de poder pasar un rato hablando de literatura entre aquellas montañas.
Frente a la casita del periódico se hacían las prácticas de tiro de todo el campamento. Estas prácticas las dirigía el “Chino” Figueredo. En las tertulias también se hablaba de las prácticas de tiro y sobre otras cuestiones que tenían una relación con las armas que poseía el ejército de Batista.
Cada vez que el Che estaba por llegar a la casita del periódico, Geonel ya lo sabía de antemano. Sabía el día y la hora en que iba a llegar, pues en estas ocasiones siempre le decía a Miriam que se pusiera a cocinar. Era ella la que cocinaba; y cuando el Che estaba por llegar, se esmeraba más todavía, para que la comida quedara mejor.
Ahora lamento no haber estado siempre, cada vez que el Che llegaba a la casita del periódico; pero es que yo, con frecuencia, tenía que quedarme en el hospital. No sólo para darle clase de lectura a los combatientes, sino para ayudar al doctor Sergio del Valle. En el hospital, con los heridos, también se hacían tertulias, con lecturas de textos y todo; y era el doctor del Valle quien le imprimía a las lecturas una especial significación. Poseía un bello tono de voz, y cada vez que se ponía a leerle algo a los heridos, su buena dicción me recordaba a los afamados lectores de tabaquería. Sergio también leía los poemas muy bien. Lo hacía casi tan bien como "El Tigre", mi padre, quien había militado con Guiteras, en la Revolución del 30, y con el que tantas historias y leyendas yo había aprendido.    

María Mercedes Sánchez Dotres.
      (Carmencita).
La Habana, junio de 1997.